Después de ver la serie Adolescencia en Netflix, me quedé varios días removida. No porque mostrara algo nuevo, sino porque pone delante algo que muchas veces pasamos por alto: ¿Cómo se construye hoy la identidad de los chicos, en un mundo donde el algoritmo educa más que la familia, y donde el machismo se disfraza de autoayuda?
Así nace este artículo, y otros que vendrán.
Entender la adolescencia hoy: cómo crear identidad en un mundo que arde
La adolescencia siempre ha sido un terreno movedizo, un espacio de transición donde se redefine quién soy, qué siento, qué quiero y a qué pertenezco. Es una etapa clave en la construcción de la identidad. Hasta ahí, nada nuevo. También es cierto que siempre ha habido choques generacionales, tensiones entre cómo ven el mundo padres e hijxs. Pero hoy nos enfrentamos a una adolescencia que se construye en un contexto radicalmente distinto al que vivieron sus madres y padres.
Crecen en un mundo hiperconectado pero profundamente individualista, con acceso constante a información, pero sin herramientas para digerirla. Conviven con discursos contradictorios: se les exige éxito, autonomía, autoestima… pero se les infantiliza, se les vigila o se les abandona emocionalmente. El algoritmo les susurra todo el día quién deben ser, cómo deben verse, qué deben desear. La identidad ya no se construye solo en el aula o en el barrio. Ahora se construye también en la pantalla. Y esto lo cambia todo.
Lo que no ves, también te está educando
“No le pasaba nada. Solo estaba demasiado tiempo en TikTok.”
— Frase real, de una madre en sesión, hablando de su hijo de 15 años.
¿Qué está pasando con los chicos?
Cada vez más adolescentes varones repiten discursos misóginos con total naturalidad. Palabras como “feminazi”, “hipergamia” o “la cultura del victimismo femenino” aparecen en sus conversaciones, no como algo extraño, sino como verdad revelada. Y no, no se las enseñó nadie en casa. Se las enseñó el algoritmo.
La manosfera – ese conjunto de creadores de contenido que promueven un modelo de masculinidad basado en la superioridad del hombre sobre la mujer – no es una esquina oscura de internet. Es una industria que genera millones, que se presenta como autoayuda, superación personal y desarrollo masculino. Y lo más grave: está dirigida, cada vez más, a chicos muy jóvenes.
Cuando el odio se disfraza de autoayuda
TikTok, YouTube y plataformas similares han aprendido a colarse en los momentos de soledad, inseguridad, ansiedad y confusión de los adolescentes. Les ofrecen un lugar, un relato, un enemigo claro (las mujeres, el feminismo, “el sistema”) y una promesa: si sigues estos pasos, serás admirado, deseado, respetado. Serás un hombre de verdad.
Pero esa promesa está envenenada. Porque detrás del discurso de “sé mejor, trabaja en ti, no seas un beta”, hay una trampa emocional que alimenta la vergüenza, la rabia y el desprecio. Que convierte a chicas de 14 años en objeto de control y humillación. Que naturaliza el abuso como si fuera amor. Y que rompe vínculos, dentro y fuera de la familia.
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No todo es culpa del algoritmo
Sería muy fácil culpar a internet. Pero la verdad es que los chicos llegan a esos discursos porque ya se sienten solos, confundidos o fuera de lugar. Y lo que encuentran ahí les da un sentido, aunque sea falso. Por eso es tan importante mirar más allá.
¿Qué modelos masculinos tienen a su alrededor?
¿Qué conversaciones tienen con sus padres, tíos, profes, entrenadores…?
¿Qué lugar ocupan las emociones en casa? ¿Cómo se resuelve el conflicto?
¿Qué aprendieron sobre el poder, el amor, la autoridad?
El patriarcado no se transmite solo en la manosfera. También se cuela en las frases cotidianas, en las dinámicas familiares, en lo que no se habla nunca. En el silencio cuando un niño llora. En el castigo cuando una chica pone límites. En los chistes que parecen inofensivos. En los “ya se le pasará”.
Hombres que se salgan del guion
Desprogramar el machismo no es solo tarea de ellas. Necesitamos que más hombres (hermanos, padres, tíos, profes, amigos) se posicionen con claridad. Que hablen, que enseñen otra forma de estar en el mundo. Que rompan el guion sin necesidad de aplausos. Porque a muchos chicos no les sirve escuchar a una psicóloga feminista o a su madre. Pero sí les impacta ver a un hombre cuestionar un comentario machista con serenidad y firmeza. Ser testigos de una masculinidad que no humilla, que no domina, que no grita.
Y sí, también necesitamos mujeres que no se cansen de nombrar lo que duele, aunque parezca que nadie escucha. Que sigan sembrando comunidad, refugio, pensamiento crítico. Porque es mucho más fácil ver el machismo en un vídeo de Andrew Tate que en una comida familiar. Lo más peligroso es lo que no se ve.